Este adelanto presenta el trabajo de Pol Pardini Gispert, quien profundiza en un aspecto central para comprender la polarización política y social que caracteriza a muchas sociedades contemporáneas, especialmente en el ámbito occidental: la desinformación, fenómeno que en el contexto español se ha popularizado bajo la forma de bulos y mentiras. Se trata de una práctica cuya autoría los distintos bloques en conflicto se reprochan mutuamente, y que deja a la ciudadanía en una situación de indefensión intelectual. En este escenario, el público se ve abocado a tomar partido sin un fundamento epistémico firme, apoyándose más en afinidades afectivas o en relaciones de confianza que en una evaluación racional de las evidencias.
La erosión de la confianza en la veracidad de la información socava el diálogo social y debilita también la autoridad del profesorado a la hora de analizar fenómenos sometidos a debate público. Esto afecta no solo a cuestiones centrales de la ética, la sociología o la filosofía política, sino a cualquier campo —humanístico o científico— que se vea arrastrado al terreno polémico, desde el uso del género en el lenguaje hasta la teoría de la evolución. Todo parece quedar bajo sospecha de sesgo, manipulación o posible engaño. En este sentido, la voluntad del autor de llevar al terreno académico un fenómeno tan inflamable como el de la desinformación resulta no solo arriesgada, sino necesaria, en aras de reconstruir ese topos común —esas creencias compartidas— que Aristóteles consideraba indispensables para un diálogo constructivo y una argumentación fecunda.
La trayectoria de Pardini Gispert está ligada al estudio de fenómenos como la polarización y el fanatismo. En su tesis, The Vices of Coherence: Fanaticism and Other Failings (Los vicios de la coherencia: fanatismo y otros defectos), sostiene que el fanatismo, las teorías conspirativas y ciertos mecanismos de desinformación no tienen su origen en un simple déficit de racionalidad, sino en un exceso de idealización de la coherencia mental, que conduce a una rigidez que sacrifica la capacidad de responder adecuadamente a razones y evidencias. Otro de sus trabajos, Nietzschean Nihilism in Context: The Puzzle of Christianity, le sirve para explorar la noción nietzscheana de resentimiento y el modo en que puede emplearse de manera manipuladora para fomentar juicios interesadamente erróneos.
En el artículo Disinformation, Truth, and Ressentiment (Desinformación, verdad y resentimiento), Pardini argumenta que la finalidad de la desinformación deliberada —información falsa, engañosa, parcial o descontextualizada— presentada mediante un ensamblaje performativo que incluye titulares sensacionalistas, vídeos manipulados, contenidos propagandísticos o el uso irónico de la sátira, es inculcar creencias falsas con el fin de obtener rédito político o económico, o bien causar daño.
Aunque pudiera pensarse que desenmascarar la falsedad de un contenido bastaría para neutralizar sus efectos, un análisis más profundo revela que estos mensajes se insertan deliberadamente en narrativas preexistentes en las que parte de la población deposita su comprensión del mundo. Su misión consiste en alimentar emociones como el miedo, el resentimiento o el deseo de venganza, y con ello desencadenar agitación política. No se trata tanto del dato falso en sí mismo, ni de las creencias equivocadas que pueda generar, como de la predisposición a dar crédito a una narrativa que lleva a malinterpretar sistemáticamente el mundo, a los demás y a uno mismo.
En este contexto, Pardini profundiza en la noción de narrativas de resentimiento propuesta por Paul Katsafanas. Estas narrativas explotan la impotencia emocional de quienes se perciben como víctimas de agravios crecientes infligidos por un grupo poderoso y despiadado. Se trata de marcos interpretativos que inducen a juicios erróneos sobre los acontecimientos que evocan, ofreciendo de ellos una visión sistemáticamente sesgada. Su objetivo no es meramente difundir creencias falsas, sino alimentar un entramado emocional de resentimiento y agravio.
En su nuevo proyecto, Disinformation and Grievance Narratives, Pardini Gispert desarrolla esta idea: el objetivo de la desinformación no es solo inculcar falsas creencias, sino difundir narrativas de agravio, es decir, relatos que explotan quejas —a veces con un fundamento real— para presentarlas como indicios de un problema sistémico más profundo, generalmente atribuido a un grupo poderoso y hostil. La indignación y el resentimiento aparecerían entonces como reacciones justificadas, fruto de campañas destinadas a controlar la opinión pública y canalizar la acción social. La polarización se materializa en dos bandos irreconciliables: quienes “reconocen” las fuerzas responsables del sufrimiento de la comunidad y quienes las ignoran o las apoyan, estos últimos ya no vistos como simplemente equivocados, sino como cómplices o enemigos.
De este modo, la desinformación insertada en una narrativa de agravio se convierte no solo en un problema social grave, sino también en un problema académico. Estas narrativas, en palabras del autor, “socavan la red de fuentes de información en las que una comunidad puede confiar y, por lo tanto, obstruyen el acceso a bienes epistémicos como el conocimiento y la comprensión”. Al excluir sistemáticamente cualquier explicación alternativa de los fenómenos que afectan a la comunidad, se transforman en esquemas interpretativos dogmáticos y excluyentes.
Deepfakes: el impacto epistémico de los recursos audiovisuales manipulados. En relación con el fenómeno de la desinformación y la inseguridad epistémica que esta genera en distintos ámbitos, incluido el académico, cabe mencionar un fenómeno tan actual como inquietante: la proliferación de los llamados deepfakes. El término se emplea para referirse a imágenes, audios o vídeos generados o manipulados mediante inteligencia artificial con la finalidad de ser percibidos como auténticos. A diferencia de otras formas de desinformación basadas en textos o titulares sensacionalistas, como las descritas más arriba, los deepfakes operan sobre el que tradicionalmente ha sido considerado el soporte epistémico más fiable: la percepción visual y auditiva. Al erosionar la confianza en aquello que percibimos, minan uno de los pilares más básicos de la credibilidad testimonial. La investigación reciente muestra que los deepfakes no solo pueden inducir falsas creencias, sino también provocar distorsiones en la percepción de los individuos o de los acontecimientos manipulados, generar actitudes y reacciones emocionales predeterminadas, producir recuerdos adulterados y contribuir a un clima generalizado de sospecha, ansiedad e indefensión cognitiva. Pero más allá de sus consecuencias inmediatas, la difusión de contenidos manipulados exacerba la desconfianza hacia los medios de comunicación, enturbia el debate público y favorece un escepticismo indiscriminado hacia cualquier medio de información, incluido el académico, dificultando la posibilidad de alcanzar consensos sobre fuentes fiables. En el ámbito educativo, este fenómeno supone un desafío adicional para la autoridad formativa del profesorado y para la construcción del juicio crítico del alumnado, al introducir una nueva capa de incertidumbre sobre la autenticidad del material audiovisual utilizado en el aprendizaje. Desde esta perspectiva, los deepfakes representan una intensificación tecnológica de los mecanismos descritos por Pol Pardini: narrativas de agravio, explotación emocional y manipulación de marcos interpretativos previos. La información falsa o manipulada se amplifica mediante artificios sensoriales capaces de reconfigurar la experiencia perceptiva y profundizar en la división interpretativa de nuestras sociedades. Frente a este escenario, surge el reto filosófico y formativo de desarrollar herramientas de alfabetización mediática y prácticas de análisis crítico que permitan sostener espacios de confianza y criterios de racionalidad compartida en un entorno cada vez más saturado de noticias e imágenes que escapan a nuestra capacidad de verificación empírica.
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