Affect in Action; Aaron Glasser & Zachary C. Irving
En su diálogo Fedro, Platón representa el psiquismo humano mediante la metáfora de un carro con dos caballos —uno dócil y otro rebelde— dirigidos por un auriga que, con la ayuda del caballo más noble, trata de controlar y guiar al más impetuoso e insurrecto. Con este símil, divide el alma humana en tres instancias: la racional, representada por el auriga; la irascible, que alberga las pasiones nobles; y la concupiscible, ligada al cuerpo y sus deseos. La racionalidad no era, por tanto, la única guía de nuestras acciones: en nuestras decisiones intervienen también aspectos afectivos, como las emociones o los deseos, capaces de dirigir nuestra atención y llevarnos a determinaciones que no siempre concuerdan con los principios de naturaleza racional.
El artículo de Aaron Glasser y Zachary C. Irving, publicado en el Australasian Journal of Philosophy, se centra en el llamado puzzle del pensamiento obsesivo, en el marco de la filosofía de la acción mental. Su cuestión principal es si el pensamiento obsesivo debe entenderse como un proceso intrusivo que el sujeto padece de forma pasiva y sin control, o si, por el contrario, puede considerarse un pensamiento que manifiesta agencia, es decir, acción por parte del sujeto pensante.
Se trata de un tema recurrente en la neurociencia contemporánea, con implicaciones filosóficas en áreas como el conocimiento y la ética, y con referencias a autores clave en la filosofía de la acción como Elizabeth Anscombe, Donald Davidson o Harry Frankfurt, todos ellos citados en el artículo. El problema de fondo es si todo pensamiento puede considerarse una forma de acción o si algunos pensamientos deben entenderse como procesos involuntarios que el sujeto experimenta sin protagonismo ni control. La clave está en el grado de agencia que el sujeto ejerce sobre sus pensamientos, cuestión que, como ya planteaba Platón, se relaciona con el papel de los estados afectivos en la configuración de la mente, su influencia sobre las decisiones y la capacidad de autogobierno.
La idea central del artículo es que debemos distinguir dos tipos de agencia o acción por parte del sujeto pensante:
- Por un lado, la agencia ocurrente, que es la capacidad del individuo para guiar su pensamiento y su acción en el momento presente.
- Por otro, la agencia agregativa, que es la facultad del individuo para organizar y dar coherencia a sus acciones a lo largo del tiempo.
Según los autores, los pensamientos obsesivos serían pasivos en el segundo sentido —pues sabotean la capacidad de organizar la vida mental de forma controlada y coherente—, pero activos en el primero, ya que implican una atención guiada por el propio sujeto. La persona que los experimenta reconoce su contenido, se identifica con lo que le preocupa y dispone de cierta capacidad de resistencia, aunque limitada.
Los autores proponen además integrar el afecto como una dimensión constitutiva del pensamiento. Los estados afectivos dirigen la atención del individuo, preparando los sistemas sensoriales para atender a estímulos relevantes. El pensamiento obsesivo sería así una forma de focalización afectiva de la atención. Sin embargo, el individuo se ve prisionero de estos pensamientos recurrentes cuando estos interfieren en su capacidad para distribuir la atención y mantener una organización mental más amplia.
Afectos como la ansiedad o la preocupación actúan como mecanismos de atención guiada proactiva hacia objetos que pueden ser anticipados —la enfermedad, las penurias, el peligro, entre otros—. Así, más que como un evento involuntario, el pensamiento obsesivo puede entenderse como una forma de atención afectivamente guiada. El sujeto no se limita a padecer el pensamiento: participa activamente en él, concentrando su foco en aquello que le resulta, en ese momento, significativo o valioso. Sin embargo, la obsesión debilita su capacidad reguladora y la organización coherente de su vida mental. El pensamiento obsesivo sería, por tanto, proactivo para mantener la atención en el momento, pero pasivo en el conjunto, en la medida en que restringe el control global de la mente.
Volviendo a la metáfora platónica, los afectos se presentan aquí como una fuerza interna del psiquismo con la que los autores guardan cierto paralelismo, aunque con una diferencia fundamental: en lugar de reprimirlos o dominarlos con dureza, proponen organizarlos dentro de un conjunto coherente, dándoles su lugar sin dejarse arrastrar por ellos. Así, la figura del auriga se sustituye por la del pastor que contempla y guía sus afectos. La lectura del artículo resulta especialmente interesante para los profesores de filosofía de Bachillerato, pues ofrece una reflexión actualizada que puede aplicarse a temas como:
- La relación entre afectos y razón, desde la oposición clásica a una visión integrada más propia de nuestro tiempo;
- la noción de acción libre y su conexión con el control de los pensamientos;
- la relación entre pensamiento y acción en la antropología filosófica;
- la relación mente–cuerpo y la crítica del dualismo, mostrando un enfoque no dualista del afecto y la cognición;
- el uso de los afectos como filtros de atención y su función en la generación deliberada de sesgos cognitivos en la comunicación social y política;
- y, de modo transversal, su relación con la motivación y el control de la atención en el aprendizaje.
Asimismo, permite establecer vínculos con autores del currículo como Platón, ya mencionado; Aristóteles y su noción de phrónesis o sabiduría práctica; Descartes y el dualismo mente-cuerpo; Kant y su ética racional independiente del sentimiento; o Nietzsche, con su visión de la voluntad y las pasiones como origen de los valores filosóficos.
La lucha contra los miedos, las dudas y los sentimientos de culpa.
Una de las paradojas que plantea la propuesta de Glasser e Irving sobre la agencia o voluntariedad de los pensamientos obsesivos es su carácter disruptivo, con frecuencia molesto y profundamente perturbador en trastornos como la ansiedad o la depresión. En estos casos, la persona afectada lucha por desembarazarse de imágenes mentales recurrentes que le provocan miedo o tristeza, sin lograr liberarse de ellas ni equilibrar su ánimo con expectativas más serenas y esperanzadoras.
Este aspecto es el que lleva a Harry Frankfurt a interpretar dichos pensamientos como pasivos, en la medida en que son procesos que el individuo padece y frente a los cuales solo puede oponer una resistencia basada en la reflexión y la voluntad.
¿De qué modo argumentan Glasser e Irving contra esta posición de pasividad comúnmente atribuida a los pensamientos obsesivos? Reconociendo que sus efectos negativos generan rechazo y pueden conducir a estados patológicos —culpa, ansiedad o miedo—, los autores sostienen que el foco mental que los sostiene sigue estando parcialmente en manos del propio sujeto, que se identifica con el contenido que lo obsesiona. En el caso de la ansiedad o la depresión, por ejemplo, la atención permanece fijada en las amenazas o motivos de desazón que alimentan el malestar. Aquello que el sujeto teme o valora profundamente continúa orientando su foco mental, aunque sea de forma parcial o racionalmente indeseable.
La lucha no se produce, por tanto, entre el pensamiento y la voluntad, sino entre diferentes modos de organizar la atención y el afecto. No se trata de reprimir tenazmente el pensamiento, sino de reordenar la vida mental, recuperando el control agregativo —la visión de conjunto— que permite distribuir la atención y devolver coherencia a la experiencia interior.
Cuando ejecutamos una acción motora —beber, coger un objeto, andar o montar en bicicleta— el sistema motor opera mediante una cadena funcional que va desde la planificación hasta la ejecución y la corrección continua. En el plano neuronal, este ciclo involucra regiones ejecutivas y sensorimotoras (redes fronto-parietales y corteza prefrontal), áreas de secuenciación motora (pre-SMA, SMA, M1) y bucles de predicción y ajustes (cerebelo y ganglios basales), junto con modulaciones motivacionales dependientes de sistemas dopaminérgicos. Estas estructuras permiten que el ciclista mantenga el equilibrio y corrija el movimiento en tiempo real a partir de señales predictivas y retroalimentación sensorial.
Glasser y Irving proponen, como hipótesis heurística, un paralelismo funcional entre esa arquitectura de control motor y la arquitectura del control atencional afectivamente guiado. En términos atencionales, las redes fronto-parietal y cingulo-opercular implementarían control proactivo (preparación y mantenimiento del foco) y control regulador (detección y corrección de desviaciones), mientras que estructuras límbicas y regiones valorativas (p. ej. amígdala, vmPFC/OFC) podrían sesgar proactivamente la atención hacia contenidos con carga emocional; la red de modo predeterminado (DMN) aparece vinculada a procesos autorreferenciales y rumiativos.
Desde esta perspectiva analógica, la rumiación o el pensamiento obsesivo funcionarían como un bucle de retroalimentación afectiva que devuelve repetidamente la atención hacia objetos valorados o temidos (problemas económicos, rupturas afectivas, incertidumbres diagnósticas, asuntos políticos). En episodios aislados tal retorno revelaría agencia ocurrencial —un control momentáneo y dirigido—; pero la persistencia de ese bucle, análoga a la sobredominancia de un hábito motor, tendería a socavar la agencia agregativa y la flexibilidad atencional a gran escala. Es importante subrayar que se trata de una analogía funcional y heurística, que sugiere vías empíricas fructíferas sin pretender establecer una identidad neural literal entre pensamiento y movimiento.
Affect in Action; Aaron Glasser & Zachary C. Irving.
Australasian Journal of Philosophy
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