Deepfakes: el impacto epistémico de los recursos audiovisuales manipulados. En relación con el fenómeno de la desinformación y la inseguridad epistémica que esta genera en distintos ámbitos, incluido el académico, cabe mencionar un fenómeno tan actual como inquietante: la proliferación de los llamados deepfakes. El término se emplea para referirse a imágenes, audios o vídeos generados o manipulados mediante inteligencia artificial con la finalidad de ser percibidos como auténticos. A diferencia de otras formas de desinformación basadas en textos o titulares sensacionalistas, como las descritas más arriba, los deepfakes operan sobre el que tradicionalmente ha sido considerado el soporte epistémico más fiable: la percepción visual y auditiva. Al erosionar la confianza en aquello que percibimos, minan uno de los pilares más básicos de la credibilidad testimonial. La investigación reciente muestra que los deepfakes no solo pueden inducir falsas creencias, sino también provocar distorsiones en la percepción de los individuos o de los acontecimientos manipulados, generar actitudes y reacciones emocionales predeterminadas, producir recuerdos adulterados y contribuir a un clima generalizado de sospecha, ansiedad e indefensión cognitiva. Pero más allá de sus consecuencias inmediatas, la difusión de contenidos manipulados exacerba la desconfianza hacia los medios de comunicación, enturbia el debate público y favorece un escepticismo indiscriminado hacia cualquier medio de información, incluido el académico, dificultando la posibilidad de alcanzar consensos sobre fuentes fiables. En el ámbito educativo, este fenómeno supone un desafío adicional para la autoridad formativa del profesorado y para la construcción del juicio crítico del alumnado, al introducir una nueva capa de incertidumbre sobre la autenticidad del material audiovisual utilizado en el aprendizaje. Desde esta perspectiva, los deepfakes representan una intensificación tecnológica de los mecanismos descritos por Pol Pardini: narrativas de agravio, explotación emocional y manipulación de marcos interpretativos previos. La información falsa o manipulada se amplifica mediante artificios sensoriales capaces de reconfigurar la experiencia perceptiva y profundizar en la división interpretativa de nuestras sociedades. Frente a este escenario, surge el reto filosófico y formativo de desarrollar herramientas de alfabetización mediática y prácticas de análisis crítico que permitan sostener espacios de confianza y criterios de racionalidad compartida en un entorno cada vez más saturado de noticias e imágenes que escapan a nuestra capacidad de verificación empírica.
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martes, 2 de diciembre de 2025
Pol Pardini Gispert: Desinformación, resentimiento y polarización.
miércoles, 22 de octubre de 2025
Pensar con el afecto: la atención como forma de acción mental
Affect in Action; Aaron Glasser & Zachary C. Irving
El artículo de Aaron Glasser y Zachary C. Irving, publicado en el Australasian Journal of Philosophy, se centra en el llamado puzzle del pensamiento obsesivo, en el marco de la filosofía de la acción mental. Su cuestión principal es si el pensamiento obsesivo debe entenderse como un proceso intrusivo que el sujeto padece de forma pasiva y sin control, o si, por el contrario, puede considerarse un pensamiento que manifiesta agencia, es decir, acción por parte del sujeto pensante.
- Por un lado, la agencia ocurrente, que es la capacidad del individuo para guiar su pensamiento y su acción en el momento presente.
- Por otro, la agencia agregativa, que es la facultad del individuo para organizar y dar coherencia a sus acciones a lo largo del tiempo.
- La relación entre afectos y razón, desde la oposición clásica a una visión integrada más propia de nuestro tiempo;
- la noción de acción libre y su conexión con el control de los pensamientos;
- la relación entre pensamiento y acción en la antropología filosófica;
- la relación mente–cuerpo y la crítica del dualismo, mostrando un enfoque no dualista del afecto y la cognición;
- el uso de los afectos como filtros de atención y su función en la generación deliberada de sesgos cognitivos en la comunicación social y política;
- y, de modo transversal, su relación con la motivación y el control de la atención en el aprendizaje.
Asimismo, permite establecer vínculos con autores del currículo como Platón, ya mencionado; Aristóteles y su noción de phrónesis o sabiduría práctica; Descartes y el dualismo mente-cuerpo; Kant y su ética racional independiente del sentimiento; o Nietzsche, con su visión de la voluntad y las pasiones como origen de los valores filosóficos.
Este aspecto es el que lleva a Harry Frankfurt a interpretar dichos pensamientos como pasivos, en la medida en que son procesos que el individuo padece y frente a los cuales solo puede oponer una resistencia basada en la reflexión y la voluntad.
¿De qué modo argumentan Glasser e Irving contra esta posición de pasividad comúnmente atribuida a los pensamientos obsesivos? Reconociendo que sus efectos negativos generan rechazo y pueden conducir a estados patológicos —culpa, ansiedad o miedo—, los autores sostienen que el foco mental que los sostiene sigue estando parcialmente en manos del propio sujeto, que se identifica con el contenido que lo obsesiona. En el caso de la ansiedad o la depresión, por ejemplo, la atención permanece fijada en las amenazas o motivos de desazón que alimentan el malestar. Aquello que el sujeto teme o valora profundamente continúa orientando su foco mental, aunque sea de forma parcial o racionalmente indeseable.
La lucha no se produce, por tanto, entre el pensamiento y la voluntad, sino entre diferentes modos de organizar la atención y el afecto. No se trata de reprimir tenazmente el pensamiento, sino de reordenar la vida mental, recuperando el control agregativo —la visión de conjunto— que permite distribuir la atención y devolver coherencia a la experiencia interior.
Affect in Action; Aaron Glasser & Zachary C. Irving.

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